«MÚSICA VIVA, ROMÁNTICA Y REFLEXIVA, DE AMANECERES URBANOS Y CREPÚSCULOS, DE NEBLINAS Y CHUBASCOS…»
Este disco estuvo a punto de titularse apropiadamente “Arquitectura de la melancolía”. La primera grabación de Jerónimo (Piedraescrita, Errabal Jazz, 2006) anticipaba en formato de trío las virtudes que aquí se manifiestan con nítida caligrafía. Una sobria elegancia en la puesta en escena, un equilibrio interesante entre dudas y certezas… y, sin duda, algo parecido a la melancolía, que hilvanaba e hilvana el discurso musical, como un estado de ánimo.
También emana de este disco una indudable vocación arquitectónica, un feliz sacrificio del caos y la exploración en favor de la concisión y la lógica narrativa de las diferentes piezas biográficas que le dan cuerpo. Jerónimo Martín es el líquido que engrasa el motor emocional de esta música viva, romántica y reflexiva, de amaneceres urbanos y crepúsculos, de neblinas y chubascos. Su poesía es elevada y te eleva, pero jamás resulta pretenciosa.
Los arreglos priorizan el color general sobre los detalles, pero también deparan pequeños dibujos llenos de brío, como los que improvisan Gonzalo Fernández de Larrinoa, Rubén Salvador o Julen Izarra, con un tono que rebosa esperanza. Sus voces se someten y desordenan en armonía, como en los vinilos del Mingus más vulnerable, o el Charlie Haden de las grandes formaciones, con el sólido impulso rítmico de Hilario Rodeiro y Javier Mayor, que insuflan aliento y carácter.
Jerónimo Martín no reclama protagonismo para sí, su piano simplemente delimita el esbozo fundamental, como una voz en off que describe el escenario a grandes rasgos o declama los pasajes más íntimos en primera persona.
A medida que avanza el disco, las certezas se acaban imponiendo sobre las dudas hasta completar un conjunto paisajístico y coherente, que bebe del folklore (Tívoli), se inspira en una estética clásica y tal vez ni siquiera sea jazz, al menos como lo concibiría un afroamericano. El meollo de esta música no es su propio swing, ni la libre interacción. Su fin último no es sino acompañar al oyente a través de una historia expresada con un estilo casi sinfónico, que evita la afectación imponiendo conscientemente el sentido sobre el sentimiento, pero sin renunciar a las emociones que le son propias: la esperanza (Claridad), la autocompasión (5 de Mayo), el temperamento desatado (Obertura) o la felicidad de saberse simplemente vivo (Tutto per amore).
Quinoa transciende porque impregna. Como los olores de la ciudad que evoca Antonio López, la ciudad que late en cada semáforo y en algunas despedidas en Cinemascope.
Texto del libreto: David Gotxicoa.
Jerónimo Martín, piano y composición.
Javier Mayor, contrabajo
Hilario Rodeiro, batería.
Rubén Salvador, trompeta y fliscorno.
Julen Izarra, saxo tenor.
Gonzalo Fernández de Larrinoa, trombón.
Grabación realizada en diciembre de 2011 en los estudios Elkar de Donostia. Técnico de grabación: Jean Phocas. Técnico asistente: Víctor Sánchez. Mezclado y masterizado en los estudios Baleamusika de Bilbao por el técnico de sonido Unai Mimenza y Jerónimo Martín.